LA IGLESIA Y LA GUERRA CIVIL.

“Ni Franco ni el Ejército se salieron de la Ley, ni se alzaron contra una democracia normal y en funciones. No hicieron más que sustituirla en el hueco que dejó cuando se disolvió en la anarquía de fango, sangre y lágrimas. La posterioridad hará justicia al acto heroico del general Franco y al impulso patriótico del Ejército”[1].

Don Alejandro Lerroux, Presidente del Consejo del Consejo de Ministros de la República en 1934-35.

Nuestro querido amigo Luis Pérez Domingo ha dejado relatado el ambiente anticatólico que se vivió durante la República del 14 de abril, desde 1931 a 1936. No obstante, queremos resaltar antes de llegar al 18 de julio que el gobierno del Frente Popular anuló las elecciones de las provincias de Cuenca y Granada donde ganaron los candidatos del Frente Nacional, o sea las derechas. Las elecciones de Cuenca volvieron a celebrarse con la ayuda descarada de la “motorizada” –guardia personal de Indalecio Prieto- que pistola en mano falsificaron las actas dando la victoria a los candidatos del Frente Popular. En Granada sin esperar a la celebración de nuevas elecciones, el día 10 de marzo, las organizaciones del Frente Popular se echaron a la calle y con total impunidad por la actuación pasiva de la fuerza pública quemaron la mayoría de las iglesias de la población, el edificio del periódico “El Ideal de Granada” y el domicilio de destacados militantes de la derecha, por todo lo cual cuando vino el 18 de julio debido al odio sembrado en la población, la represión fue especialmente dura por parte de las autoridades franquistas. Entre otros represaliados se fusiló al poeta granadino Federico García Lorca aunque el propio Ian Gibson, republicano convencido, reconoció que su muerte se debió a la acción de personas incontroladas, pagando justos por pecadores.

Al iniciarse la sublevación del Ejército contra el gobierno del Frente Popular, la “caza” de sacerdotes, religiosos, religiosas y gente católica así como la quema de iglesias en todo el territorio “controlado” por la República fue atroz y aún no hacía quince días que no había empezado el Alzamiento cuando Andrés Nin, máximo dirigente del P.O.U.M. escribía en “La Vanguardia” de Barcelona: “La clase obrera ha resuelto sencillamente el problema de la Iglesia, no dejando en pie ninguna de ellas”. El 8 de agosto en un teatro de Barcelona asimismo manifestaba: “Había muchos problemas en España y los republicanos burgueses no se habían preocupado de resolverlos; el más importante LA IGLESIA, nosotros hemos ido a la raíz, hemos suprimido a los sacerdotes, religiosos y monjas no dejando ni uno y suprimiendo el culto”. Todo ello no le valió para que en mayo de 1937, en los sucesos ocurridos en Barcelona fuera detenido por comunistas estalinistas y asesinado en una checa. Asimismo en el periódico cenetista “Solidaridad Obrera” de 15 de agosto se decía “¡Abajo la Iglesia!. Hay que extirpar a los curas y frailes y arrancar de cuajo desde sus cimientos a la Iglesia”. En el periódico “El Pueblo” de Tortosa de 15 de octubre de 1936, el ministro republicano Marcelino Domingo -por cierto gran amigo de los republicanos “históricos” de Líria- decía a unos periodistas que le entrevistaron: “Todas las iglesias se han convertido en fortificaciones y las sacristías en depósitos de municiones ya que la mayoría de los sacerdotes se habían convertido en francotiradores de la Rebelión. ¿Qué se puede exigir al gobierno antes estas anomalía?”. El lector libremente puede opinar.

Su Santidad Pío XI recibió el día 12 de septiembre de 1936 en su residencia de Castellgandolfo a un grupo de peregrinos españoles que fueron a visitarle y darle cuenta de los sucesos de España. Las palabras del Santo Padre fueron las siguientes: “Diríase que una preparación satánica ha vuelto a encender y más viva en la querida España aquella llama de odio y de más feroz persecución abiertamente contra la Iglesia y la religión católica”. El día 30 de septiembre, el Cardenal Primado Pla y Daniel, desde Pamplona escribía una pastoral bajo el enunciado de “Las dos ciudades”, enfocando enérgicamente la realidad bélica y volvía a consignar la cruel y gloriosa realidad de los Mártires de la Iglesia. El largo y glorioso martirologio se ha alargado y enriquecido con los obispos, sacerdotes, religiosos y seglares, con ancianos, con vírgenes y aún con niños. Con todos ellos nos sentimos entrañablemente unidos.

El cardenal Don isidro Gomá, posteriormente Primado de España, el día 30 de septiembre se dirigió por la radio a los católicos recordando a los millares de sacerdotes que habían sido asesinados, todo ello dio lugar más tarde a la “Carta Colectiva del Episcopado Español” patrocinada por Gomá, ya que el anterior Primado Pla y Daniel había fallecido, cuya Carta Colectiva fue firmada por todos los obispos que se encontraban en la zona nacional con excepción del Obispo Vidal y Barraquer que estaba en Italia y por el obispo de Vitoria, Múgica que estaba en Francia y que en el mes de agosto de 1936 junto al obispo de Pamplona Don Marcelino Olaechea había ya firmado un documento a favor de la actitud del Ejército. Por tanto, mereció la aprobación entusiasta de todo el episcopado europeo y americano. La Carta Colectiva es de fecha 1 de julio de 1937 y muy extensa. Podríamos decir que es un libro ya que abarca además de la denuncia sobre los atropellos de la Iglesia, aspectos sociales y la situación clandestina de la Iglesia en territorio republicano. En la Carta Colectiva se decía: “La Iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó aunque miles de sus hijos bajo el imperativo de su conciencia se alzaron en armas para defender los principios de la religión y la justicia cristiana. Quienes la acusan de haberla provocado, de haber conspirado por ella y no haberla evitado falsean los hechos y faltan a la verdad. El odio a Jesucristo, a la Virgen María y a los crucifijos ha sido nefasto. Las profanaciones y destrucción de iglesias y edificios religiosos y las profanaciones han sido innumerables”. A ello añadimos, por otra parte la liberación de territorios por el Ejército Nacional, los Te Deum, a las fuerza liberadoras eran lógicos pues traían la paz a los espíritus y la terminación del aquelarre anticatólico y la reanudación del culto católico. La Carta Colectiva se ocupa del caso del territorio dominado por los separatistas vascos, Vizcaya y parte de Guipúzcoa, dominada por el P.N.V., confesionalmente católico y rabiosamente antiespañol, y poniendo como defensa de su actuación el fusilamiento en los primeros meses del Alzamiento de 17 sacerdotes que acompañaban al Ejército separatista para justificar los asesinatos que tuvieron lugar en Vizcaya y Guipúzcoa. Los fusilamientos de sacerdotes separatistas dieron lugar a una protesta del obispo de Pamplona, Olaechea, que en el boletín de la diócesis publicó una artículo bajo el epígrafe “No más sangre” y asimismo el cardenal Gomá puso el hecho en conocimiento de Franco –ya Jefe del Estado- que le prometió que aquello ya no ocurriría más como efectivamente así fue.

El total de sacerdotes, religiosos y monjas asesinados fue el siguiente según los datos suministrados por el entonces obispo Zahonero, debidamente contrastados y verificados: sacerdotes 4.114, religiosos 2.365, religiosas 283. En total 6.762 asesinados. En Líria se asesinó a nueve sacerdotes. ¿Cómo no iba la Iglesia a avalar al Ejército Nacional si gracias a él gozó de sus derechos que desde el 14 de abril de 1931 se habían conculcado?. Como botón de muestra he reproducido a principios de este capítulo una cita de Don Alejandro Lerroux.

El autor de este trabajo tenía nueve años cuando empezó el Movimiento Nacional. Había conocido a varios sacerdotes de Líria: Don José Castañer Cabrera, Santo Varón que se desvivía por lo niños que se preparaban para la 1ª Comunión, que nos llevaba de excursión y nos enseñaba juegos entre los que recuerdo el de “la bandera” que realizábamos en la cima del Monte de Santa Bárbara. Don José Nicolau que fue asesinado, todo bondad y sencillez. Don Miguel Aliaga Turó, enamorado de la juventud por la que se desvivía. El sencillo Don Francisco Martínez Enguídanos. Don Rafael-Sandalio Vialcanet Silvestre. Don Luis María Albert Fombuena, también asesinado. Don José Martínez Lasso. Don Ricardo Pablo Santes. Don Francisco de Paula Alcocer Romero, la sencillez personificada. Don Miguel León Martínez que recuerdo tenía un pequeño rebaño de cabras a las cuales solía sacar a pastar. Gregorio Agustí Silvestre, con su gran corazón y tantos otros que tratamos en Líria. Eran sacerdotes fieles a su Ministerio y a los fieles confiados a ellos. Nunca les oí criticar o desacreditar los actos antirreligiosos de la época republicana y asimismo eran queridos y respetados por los católicos y por que no decirlo, por muchos que no se consideraban católicos pero que como personas reconocían su desinteresada labor.

Por todo ello ¿Cómo es posible que la Asamblea Conjunta de sacerdotes y obispos pidieran perdón por no haber sabido ser “Ministros de la reconciliación”?, ¿cuántos de los votantes de la Asamblea habían sido testigos de los hechos que hemos comentado en el presente trabajo?. A mi juicio, pocos o muy pocos. ¿Cuántos habían estudiado los hechos acaecidos entre 1936 y 1939?. Casi ninguno. ¿Cuántos saben o han contrastado que entre lo miles de sacerdotes y monjas asesinados no hubo ninguno que renegara de su religión y prefiriese ser asesinado antes que apostatar, perdonando muchos de ellos a sus asesinos?.

¿Cuántos saben que la Ley de Congregaciones Religiosas obligaba a que todos los fallecidos debían dejar antes por escrito si querían ser enterrados por el culto católico?. Acompaño la declaración jurada con fecha 28 febrero de 1932 de Don Francisco García López, vecino de Líria, y firmada conjuntamente -al no saberlo hacer el interesado- por Don Francisco Santes, Carlos Peñarrocha Taroncher y Don José Vicente Peñarrocha Santes. ¿Tiene que pedir perdón la Iglesia?. ¿De qué?.

En el periódico “El Mundo” del 7 de septiembre de 2006, página 11, apareció una entrevista con motivo de la Ley de la Memoria Histórica con Fernando Suarez Nelly, que fue ministro de trabajo en el régimen anterior y con Enrique Múgica, excomunista, socialista y actualmente Defensor del Pueblo, en cuya entrevista al hablar sobre la Iglesia y la guerra civil, ambos entrevistados contestaron:

E.M.- “Soy agnóstico, pero me parece absurdo exigir a la Iglesia que pida perdón por su actuación en la guerra civil. Hubo una política de exterminio contra la Iglesia y puede entenderse que apoyase a Franco porque quería sobrevivir. El agradecimiento hacia Franco hizo que la Iglesia colaborase plenamente con el Régimen y que se beneficiara también. Con el tiempo, oportunamente, la Iglesia cambió y contribuyó de una forma importante al advenimiento de la transición”.

F.S.- “Estoy básicamente de acuerdo. La persecución contra la Iglesia fue tan feroz que ésta llegó a bendecir la Cruzada”.

El 16 de abril de 1939, el Papa, S. S. Pío XII, envió un radiomensaje a la nación española en le que, después de congratularse por la victoria nacional, manifestaba entre otros aspectos, lo siguiente: “Es primordial significado de vuestra victoria, nos hace concebir las más halagüeñas esperanzas de que Dios, en su misericordia, se dignará conducir a España por le camino de su tradicional y católica grandeza, la cual ha de ser el Norte que oriente a todos los españoles amantes de su Religión y de su Patria, en el esfuerzo de organizar la vida de la nación en perfecta consonancia con su nobilísima historia de fe, piedad y civilización católicas. Por eso exhortamos a los gobernantes, y a los Pastores de la Católica España que iluminen la mente de los engañados, mostrándoles con amor las raíces del materialismo y de laicismo de donde han procedido sus errores y desdichas, y de donde podrían retornar nuevamente, proponerles los principios de justicia individual y social, sin los cuales la paz y prosperidad de las naciones, poderosas que sean no pueden subsistir y son los que se contienen en el Santo Evangelio y en la doctrina de la Iglesia.

No dudamos que así habrá de ser, y la garantía de Nuestra firme esperanza son los nobilísimos y cristianos sentimientos de que han dado pruebas inequívocas el Jefe del Estado y tantos caballeros sus fieles colaboradores con la legal protección que han dispensado a los supremos intereses religiosos y morales conforme a las enseñanzas de la Sede Apostólica. La misma esperanza se funda también en el cielo iluminado y abnegación de Vuestros obispos y sacerdotes acrisolados por el dolor y también la fe, piedad y espíritu de sacrificio, de que e horas terribles han dado heroica prueba las clases todas de la sociedad española. Nos con piadoso impulso inclinamos ante todo nuestra frente a la Santa Memoria de los Obispos, Sacerdotes, religiosos de ambos sexos y fieles de todas las edades y condiciones, que en tan elevado número han sellado con sangre su fe en Jesucristo y su amor a la religión católica: “No hay mayor prueba de amor.

Reconocemos también nuestro deber de gratitud hacia todos aquellos que han sabido sacrificarse hasta el heroísmo en defensa de los derechos inalienables de Dios y de la religión, ya sea en los campos de batalla, ya también consagrados a los sublimes oficios de caridad cristiana en cárceles y hospitales”.

Pío XII, firmado y rubricado.



[1] “La pequeña historia”, Estoril, 18 de noviembre de 1937. Ed Cimera, Córdoba-Buenos Aires, 1942.

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