AMBIENTE DURANTE LA GUERRA EN LÍRIA.

El ambiente en general era tranquilo, solo turbado por la llegada casi diaria de “La Pava”, que nos hacia acudir a los refugios cuando sonaba la alarma y abandonarlos, cuando sonaba la sirena que anunciaba el fin del peligro. Desde finales de 1936 en los hornos se cocía diariamente el pan para la población. Varios de estos hornos estaban militarizados y en ellos se fabricaba el pan para los soldados del frente. El almacén general se instaló en la parte trasera de D. Manuel Guna “Ca Bailón” en la calle San Miguel, hoy 27 y de allí ya de madrugada se cargaban los camiones de Intendencia con los “chuscos” de pan para el frente. El pan para los soldados era blanco y no tenía nada que envidiar al que se cocía para la población. A últimos de 1938, los soldados, algunos residentes en Líria, les canjeaban a las personas que tenían algún dinero -en su mayor parte agricultores- su chusco.

También a mediados de 1937, cuando empezó a notarse la falta de gente joven las mujeres y los chicos ayudamos a segar el trigo. El autor recuerda el verano de 1938, cuando nos encontrábamos segando trigo en una finca de la partida de la Arboleda, propiedad del padre de Rafael Sornosa Martínez, Francisco Correa Hernández, José Maria Carbonell Casinos y el autor. El Sr. Sornosa nos hacia el “bensill” para atar la carga, nosotros depositábamos encima les “Manaes” y el Sr. Sornosa ataba la “Garba”.

El jabón había desaparecido y a últimos de 1936 las mujeres lo suplían con aceite proveniente de los guisos. Con la ceniza recogida de casa o de los hornos, hacían la colada, como nuestras abuelas, que dejaba la ropa limpia e inmaculada y de un tono blancuzco.

También las mujeres para “alargar” más el escaso trigo que poseían, parte del cual lo habían aportado al Comité o Consejo Popular, mezclaban la harina con patata hervida. El pan se podía comer bien y no faltó aunque fuese en raciones minúsculas. También apareció el “bollo”, tortas redondas de maíz que suplían la falta de pan o por lo menos complementaba la cada vez más escasa ración.

El tráfico por la carretera de Ademuz y de Alcublas era incesante. Los camiones rusos transportaban piezas de artillería e incluso, por su escasa envergadura, los aviones “Moscas”.

La estación de la vía estrecha constituía un conglomerado constante. La gente subiendo por las ventanillas y los que bajaban siendo identificados por la Guardia de Seguridad que detenía a los soldados y procedía a su identificación. A los Guardias de Seguridad, la gente siempre proclive al chiste, la denominaba “La Guapa”. Recuerdo en el verano de 1938 cuando un grupo de chicas -entonces ya se habían cerrado las escuelas- se confabularon para pintarse con tiza en la palma de la mano la cruz gamada, distintivo del Partido Nazi. Al pasar un mando militar de Aviación que vestía de azul le marcaron en la espalda la cruz gamada, lo que originó la detención de varias chicas. El hecho no tuvo mayores consecuencias ya que se demostró que era una cosa de chiquillos.

Las colas constituían un lugar de encuentra entre las mujeres y la chiquillería y un buen momento para las habladurías además de para poder recoger ese escaso suministro que a veces no llegaba para todos los integrantes de la cola. Miembros de la Guardia Nacional Republicana, antigüa Guardia Civil, controlaban a los asistentes a la Cola. El autor recuerda en una de las colas a las que asistía, al Guardia que la custodiaba D. Francisco Gines, que el 18 de julio de 1936 estaba adscrito a la Guardia Civil de Líria. Tenia dos hijos que iban a la escuela de D. Augusto Roca Borrut. No volvió a Líria finalizada la guerra. Sus hijos, que eran inteligentísimos, en 1941 se fueron voluntarios a la División Azul.

Los productos que normalmente se distribuían eran, leche condensada, aceite, azúcar y alguna vez carbón, patatas, y arroz en cáscara.

Se constituyó la Sociedad Agrícola “La Campesina” que tenía sus tiendas propias y se abastecía a si misma puesto que poseía la mayoría de las grandes finca del termino municipal.

La junta de “La Campesina” constaba de los siguientes cargos.

Presidente Mauricio Pérez Martínez

Secretario Contador Salvador Gil Monzó

Tesorero José Vicente Galduf Picher

Vocales Miguel Pérez Granell

Vocales Miguel Martínez Martínez

Los cines continuaron funcionando proliferando, como hemos dicho, las películas rusas. En la Banda Primitiva el local del café fue habilitado como “Comedor Popular del Combatiente”. Se formó permanentemente una Banda Militar que fue la que el día 29 de marzo de 1939 acompañó a la manifestación que celebró el fin de la guerra.

A mediados del año 1938, el arroz blanco desapareció del mercado, pero proliferó el arroz con cáscara. Para quitársela se picaba en un mortero o bien en un recipiente de madera de forma cónica de cuatro lados y luego se separaba la cáscara del grano para poderlo condimentar.

El Comité para obtener recursos para la construcción de refugios, creó los siguientes impuestos:

1º. Cinco céntimos por cada consumición que se realizara en los bares y Cafés.

2º. Cinco céntimos por entrada a los cines en la general y diez céntimos en la butaca.

3º.20% de aumento de la contribución al comercio e industria.

4º. Los jornaleros, pago de un jornal mensual.

5º. Los propietarios, pago de diez pesetas al mes o un jornal de carro con caballería.

A los infractores se les impondría una multa de cincuenta céntimos en los bares, Cafés, teatros y cines.

Las Acequias “madre” de la huerta continuaban construyéndose, pero por falta de cemento tuvieron que suspenderse la obras (1938).

El Mercado municipal se instaló en la iglesia de la Asunción, pero, al empezar a llegar en Agosto de 1937 prisioneros de guerra, el mercado municipal volvió a la Plaza Mayor y la iglesia se convirtió en cárcel de prisioneros de guerra.

El 12 de julio de 1937, chocaron entre la Cañada y el Pla, dos trenes de la vía eléctrica, falleciendo entre otros viajeros el esposo de Doña Carmen Silvestre.

D. Vicente Portolés Marco es reclamado por el Consejo para que se le dispense de incorporarse al frente dada la ausencia de médicos en la población, lo que se consiguió.

Como hemos visto a groso modo, el Consejo Popular en funciones de Ayuntamiento, se preocupaba de los problemas de toda índole que se le presentaba y para terminar aducimos los siguientes casos:

Sandalio Silvestre, que tenia su taller de Alfarería en la calle de San Pedro Alcántara, solicitó colocar un motor para moler la piedra y poder realizar las tinajas, cántaros, macetas, botijos, etc. A esta petición se opuso D. Joaquín Tirado, Coronel de Infantería, Gobernador Militar de Ocaña, natural de Líria, cuya casa situada en la calle de San Roque era pared medianera con la de Sandalio Silvestre. El Consejo falló a favor del peticionario.

El matadero municipal se inauguró en 1937.

Asimismo rindió cuentas de su gestión Recaredo Vicente Vives, gerente de la empresa de Aguas Potables, con unos ingresos de 10.773 pesetas, 55 céntimos, unos pagos de 8.976 pesetas con 34 céntimos y un superávit e 1.807 pesetas.

Se aumentó el sueldo a la plantilla de bomberos -en 12 pesetas al trimestre- y se le denegó la confección de nuevas gorras por estar aún en buen uso los cascos que usaban.

Se acordó que el Mercado Municipal se inaugurara el día 15 de marzo de 1937.

Por último al administrador del Matadero Municipal rindió cuentas de su gestión, correspondiente al mes de abril de 1937 con unos ingresos de 3.588 pesetas con cincuenta céntimos.

Todo ello da una visión de conjunto de la administración llevada a cabo por el Consejo Popular que justo es reconocer que, a parte de alguna arbitrariedad política en el orden administrativo, se las vio y deseó para solucionar los conflictos que se le presentaron. Entre estos el de los refugiados o evacuados que vivían en el Cuartel de la Guardia Civil y los enfrentamientos callejeros y las luchas a pedradas, “Harca”, entre los jóvenes evacuados del Cuartel y los adolescentes de la población. El carácter díscolo y extrovertido de los evacuados y a veces desafiante de los evacuados que se alojaban en el edificio de la Guardia Civil creó un clima de enfrentamiento con gran parte de los chicos que residíamos en el barrio del Raval. Los encuentros entre unos y otros era lo que denominábamos “Harca” que era una batalla entre ambos bandos. El encuentro se dirimía a pedradas, unos delante del monasterio de San Miguel y otros intentándolo tomar, corriendo los primeros hacia el convento de Santa Bárbara si eran desalojados. Estas batallas a pedradas duraron varios meses hasta que la autoridad municipal tomó cartas en el asunto.

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